Que vivan las cadenas



La política es un entorno verdaderamente raro, tan raro que muchas veces ir en contra de la lógica parece más la regla que una casualidad. Siempre habrá debates de si el entorno político genera estas desazones en el  hombre o simplemente esta destinado a comportarse de esta manera, pero es que han sido no pocas las veces donde algunos son capaces de actuar de la manera mas insólita y ridícula con tal de defender una postura.

Por allá a comienzos del siglo XIX con una España tremendamente convulsa por la guerra y por el peor líder que quepa concebir (Fernando VII) surgió una consigna que puede servir como claro ejemplo de absurdo político al cual una persona está dispuesta a llegar. “¡Que vivan las cadenas! fue un grito que replicaron los seguidores de Fernando al retorno de este aboliendo la Constitución del 12, así como toda la producción legislativa de las Cortes de Cádiz. Que vivan las cadenas es un ejemplo fétido y vomitivo de lo que el espíritu humano puede alcanzar por simples objetivos partidistas y de facciones.

Recientemente en nuestra Venezuela un proyecto de ley tiene como objetivo reconocer la propiedad de las viviendas que el Estado venezolano ha construido pero que no ha entregado sino por simple adjudicación a los venezolanos beneficiarios de las mismas. Ya el hecho de que en pleno siglo XXI alguien tenga reparo en otorgar la propiedad privada de un bien de uso privado debería ser motivo de intensa reflexión sobre los fines que persigue dicho político así como la honestidad de su oferta electoral, pero el colmo de la desfachatez aparece cuando ante tal proyecto de ley se opone abiertamente y convoca a sus seguidores y aun a los beneficiarios de las viviendas a que luchen activamente en contra del mismísimo reconocimiento de la propiedad del bien que ostenta.
Insólito, que un movimiento político que tantas veces ha querido hacer gala de su talante nacionalista y anti imperialista guarde similitudes propias de los absolutismo europeos al pretender desconocer propuestas legislativas de avanzada que benefician a ingentes sectores de la sociedad y que además plantean diatribas tan absurdas como que el ciudadano se niegue a sí mismo y rechace aquello que lo beneficio sin que haya algún costo negativo.



El gobierno socialista de Venezuela culmina de esta forma  la paradoja del absurdo que el socialismo plantea, un gobierno de los pobres donde los pobres nunca han gobernado, un gobierno para los pobres que pocas veces le sirve, un gobierno de los pobres porque como  han aseverado pública y privadamente los necesitan en ese estado para que la lealtad y la dependencia aseguren respaldo y sumisión.

Muchas veces a lo largo de las últimas décadas se utilizó la frase “nosotros no somos Cuba” para convencernos de que no cometeríamos los mismos errores, pero en demasiados casos nos contradijimos, yo aspiro que ante la reflexión planteada no seamos como los absolutistas españoles  y que ante la posibilidad de negarnos a nosotros mismos derechos humanos fundamentales como el de la propiedad, honremos la memoria de tanto prócer que al sonar del Gloria bravo Pueblo, abajo cadenas, Grito! Y precisamente allí en la choza el ciudadano Libertad pidiera.

El consumo "excesivo".

El consumo “excesivo”.


Recientemente un diputado de la Asamblea Nacional (Ricardo Molina) de mi amado estado Aragua, en un arrebato propio de quien no solo se cree superior sino que considera a sus congéneres poco menos que bacterias, inspirado por un halo moralista que no se sabe bien de donde lo sacó, afirmo en una entrevista para el canal nacional TELEVEN, que “No justifico que alguien adquiera cinco o seis pares de zapatos al año. El consumo excesivo innecesario. El patrón de consumo en Venezuela está totalmente distorsionado y la gente tiene que cambiarlo””.







Lamentablemente hay que aclararle al diputado y a muchísima gente que piensa como el diputado, que gracias a Dios nosotros los ciudadanos no necesitamos justificar la adquisición de absolutamente nada en esta vida. Se supone que uno cuando cumple la mayoría de edad solo se debe justificar a sí mismo, porque uno es dueño de sí mismo, y uno vive para sí mismo. El diputado, que actúa como el mas ignominioso de los tiranos que han inspirado y exhalado en esta tierra, pretende vaya usted a saber con qué legitimidad, decirle a la gente cuantos pares de zapatos debe comprarse. Como si fuera poco le confiere a esa actitud la responsabilidad de ser la causante de la más estruendosa crisis que la historia de este país haya conocido.

El diputado entonces, no solo peca de soberbio sino de ignorante (podríamos decir que estas características siempre van unidas). No obstante, Molina se encuentra totalmente divorciado de la realidad, presumimos que ha sido por sus muchos años viviendo del erario público y de las mieles del poder, que no se ha enterado que comprarse tan siquiera un par de zapatos hoy por hoy en la patria de Bolivar es un acto casi milagroso debido a la inflación criminal, el manejo absurdo de políticas fiscales, el derroche por un lado y por el otro el robo de las divisas del país, y de la más grande plaga que haya conocido esta sociedad como es el socialismo del siglo XXI. 






Pero estas actitudes no son nuevas. En el siglo XIX cuando irrumpe el socialismo, la clase aristocrática Europea tomo la misma actitud; al darse cuenta que su “status” sufrió un menoscabo puesto que su anterior clase trabajadora gracias a la revolución industrial y al capitalismo podía adquirir bienes y servicios que antes fueron exclusivos de los pudientes. Todo ello motivó una ola de críticas revestidas de teoría sociológica o antropológica, algunos hasta religiosa, pero nadie pudo disimular el trasfondo clasista que tales posturas escondían. A pesar de ello, gente que otrora hubieran sido desclasados y jamás hubieran podido adquirir ni una décima parte de lo que hoy ostentan gracias a ese sistema de libre empresa y de producción en masa, se hacen eco de estos juicios de valor sin ser aristócratas y peor aún, sin entender media papa de economía.

Los socialistas como el diputado Molina se empeñan en ignorar que no hay consumo sin producción, y que no hay producción sin ahorro. El problema de Venezuela no es de consumo porque ya no se produce y lo poco que hay es impagable gracias a las políticas del gobierno que destruyeron el ahorro.

Muy pocos en esta nación pueden comprarse tan siquiera un par de zapatos señor Molina, a diferencia de usted y su sequito que seguramente sí pueden adquirir varios pares de zapatos al año y por lo tanto esa idea la trasladan al pueblo. Pero aun en el caso de que pudieran, usted no es quien para que en virtud de una reminiscencia clasista y nobiliaria pretenda ser juez de los estilos de vida de los ciudadanos.

El mensaje al país debe ser que ningún burócrata tiene la capacidad para decirnos que comprar y que no comprar, sea un par de zapatos, un kilo de harina, una casa, azúcar, leche, un carro, un cartón de huevos, o papel toailet. Nunca debe usted como ciudadano sentirse culpable de lo que adquiere por medio de su esfuerzo y su trabajo. Nunca debe permitir que un funcionario electo por sufragio o no, le diga cómo vivir su vida.